Capítulo 7. Madrid era una fiesta

(Sábado, 13 de enero de 1979)

Here’s a starman waiting in the sky. / He’d like to come and meet us /but he thinks he’d blow our minds. / There’s a starman waiting in the sky. / He’s told us not to blow it / cause he knows it’s all worthwhile. / He told me: / Let the children lose it. / Let the children use it. / Let all the children boogie.

(StarmanDavid Bowie)

La muerte de Franco supuso para los homosexuales un cambio enorme en sus condiciones de vida. Aunque ya en los estertores del franquismo el régimen se mostraba más débil y permisivo con los locales frecuentados por homosexuales, como la discoteca Stone (que podemos ver en las películas de Paco Martínez Soria), tras la muerte del Generalísimo se liberalizaron mucho más las costumbres, fundándose en Madrid discotecas abiertamente homosexuales como O’clock.

Además, esta nueva etapa fue alimentada y precedida por un poderoso movimiento mundial que afectó a todas las artes, especialmente a la música, dando lugar al llamado gay rock en el que destacaron figuras como Elton John, Fredy Mercury o David Bowie.

Este último, pareja sentimental del actor de mimo Lindsay Kemp adoptó gracias a sus consejos un alter ego llamado Ziggy Stardust, que era «como un marciano recién llegado a la Tierra» en palabras del propio cantante. En 1972 lanzó su disco The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars.

En ese mundo que bullía en las noches madrileñas empezaron a sobresalir algunas personas, como las Costus, Fabio Mc Namara y otros, que luego se harían famosos en lo que se llamó la Movida madrileña.

El 6 de diciembre de 1978 se aprobó en referéndum la Constitución española que consagraba la igualdad de todos los españoles y amparaba los derechos democráticos. La homosexualidad ya no estaba perseguida legalmente.

Ziggy Stardust

N(StarmanDavid Bowie)

                   Nancy llega a su piso de Moratalaz y se tira sobre la cama. Está absolutamente drogada y lo único que quiere es descansar. ¡A la mierda, Evaristo! ¡A ver si se cree que es de su propiedad! No piensa volverle a ver. Se acabó. Es la última bronca que le soporta. ¿Es que se cree que manda sobre ella? No, señor. Ella ha cambiado. Para siempre. Y si a él no le gusta, que se fastidie. Con todo lo que ella ha sufrido en la vida, como para tener que dar explicaciones a nadie. Y menos a este imbécil, que no se atreve a salir del armario ni siquiera ahora que todo es una fiesta.

            Y es que Nancy se ha criado en el barrio de las Latas y ha sufrido mucho. Desde muy niño, cuando todavía era Fernandito, se recuerda entrando en la pobre habitación de su madre, poniéndose sus tacones y sus faldas. Se acuerda también del día que le descubrió su padre y de la furia con que le pegó hasta cansarse para escupirle luego unas palabras que Nancy no olvidaría: “Prefiero tener una hija puta que un hijo maricón” le había dicho el viejo guardia de seguridad de Urbis, poco antes de morir fulminado por el cáncer de hígado. No había llegado a ver que con el paso de los años había engendrado un hijo que, a la vez, era puta y maricón. En el barrio de las Latas, los otros chicos se burlaban de él, le insultaban, le agredían. Sobre todos le mortificaba el Heredia, un chinorri que no levantaba dos palmos del suelo, pero que era el capitán de aquella turba de desarrapados que le perseguía a pedradas cuando volvía pintado de mujer al barrio. Nancy salía a la calle con sus tacones, su vestido y sus pinturas en una bolsa del Corte Inglés. Y con trescientas pesetas en la cartera que le daba su madre por si le detenía la Policía para pagar la multa en la DGS. Se componía como una hembra en los servicios de Chueca. Le excitaba la humillación de ponerse la falda allí, entre olores a orina. A veces aprovechaba para poner alguna chapa rápida a quien apareciera por el urinario subterráneo. Luego, hacía la calle buscando clientes. Una noche, cuando volvía al barrio, el Heredia y sus compis le acertaron por fin con una de sus piedras en el ojo izquierdo. Su madre lo llevó al hospital Francisco Franco corriendo, con la sangre manchándole la blusa. Los músculos del ojo se le paralizaron y su pupila quedó a partir de entonces permanentemente dilatada. Ya no tenía los dos ojos azules, sino uno azul y otro con una enorme pupila negra. Su mirada había perdido la inocencia para resultar enigmática y especial.  Al poco, un cliente la colocó en el club y en cuanto pudo, Nancy abandonó la sordidez de las Latas y se alquiló otro piso en el cercano barrio de Moratalaz. Allí nadie lo conocía. Solo lo miraban con extrañeza por sus cejas depiladas, su cuerpo delgadísimo y sus ojos de dos colores. Allí solo lo visitaba su madre. Sus hermanos mayores no querían saber nada de él.  

            Ellas estaban entonces en las catacumbas, bien escondidas, soportando los rigores del sol infernal. Por entonces todavía se aguardaban en los urinarios públicos de Chueca o del Retiro para verse el miembro unos a otros y masturbarse. Todavía estaba en vigor la ley de vagos y maleantes y la de escándalo público, así que, en garitos subterráneos, en el paseo del Prado o junto a la plaza Mayor, una turbia prostitución de chavales de barrio bajo saciaba los deseos libidinosos de los homosexuales de mejor condición social. Una sociedad proscrita y tan minoritaria que se veía obligada a establecer lazos de unión entre sus miembros sin detenerse a mirar las clases sociales.

            Nancy conoció a Evaristo justo la noche en que murio Franco. Ella se había puesto preciosa, con su modelito rojo y su maquillaje a juego. Mientras bajaba la escalera del club, sumergiéndose en el ambiente tórrido del sótano vio la clientela de siempre: maricones normalitos, de cuarenta para arriba, la mayoría casados, mariconazos de provincias que aprovechaban su viaje a la capital para satisfacer por unas pocas horas sus deseos inconfesables y luego volver a convertirse en señores detrás de sus mostradores o sus mesas de despacho. En el escenario del antro se les montaba por entonces un espectáculo de travestismo muy fino. Unas cuantas chicas imitaban a Marujita Díaz cantando “Soldadito español” o a Lola Flores interpretando “Pena, penita, pena”.  Mucha sonrisa, mucha insinuación, mucho picardeo, mucha pimienta, mucho vicio. Y en esa ciénaga sofocante, el encargado hacía la vista gorda y dejaba que las chicas ejercieran la prostitución. Se hacía pasta si no se tenían muchos escrúpulos. Una amiga de Nancy ya había conseguido el dinero para ir al extranjero y volverse con unas tetas que parecían de verdad. Pero Nancy, la rubia de ojos azules, que debía su apodo a su parecido con la preciosísima muñeca de Famosa, todavía no había podido ahorrar la cifra mágica. Por eso, aquella noche le dio más rabia el cierre prematuro del local. No es solo que no hubiera podido exhibirse como a ella le gustaba, con elegancia felina, sino que su boca no había puesto ni una chapa. 

            —Es que hoy cerramos prontito, Nancy, que no está el horno para bollos —le dijo Eladio enarcando las cejas—. Que hoy la palma Paquito, ya verás.

            Y fue entonces cuando vio a Evaristo y sintió un flechazo. El destino. Se enamoró nada más verlo. Alto, guapo, con esos ojazos negros y esa barba tan bien recortada. Un hombre. Nancy le acabó invitando a su piso de Moratalaz y le puso una copa. Evaristo primero se hizo de rogar, pero luego se la llevó a la cama y penetró su delgadísima silueta con todo el cuidado del mundo. Desde entonces y hasta esta noche, y ya habían pasado más de tres años, no había habido mes en que no se viera con Evaristo dos y tres veces. Pero Nancy no acababa de ser feliz. Moratalaz tampoco estaba hecha para ella. Los vecinos no la trataban con amabilidad ni cariño, sino como a un ser extraño al que simplemente toleraban. Y había acabado harta de vivir en ese barrio, rodeada de gentes que no la comprendían y la miraban con asco y con desprecio cuando la veían por la calle.

            Pero las cosas habían cambiado para todos los españoles. Y mucho más para los que eran como ella. La democracia había llegado y Madrid era una fiesta. La noche de Madrid se había puesto mucho más interesante desde que Franco había muerto. Había surgido un Madrid noctámbulo, que cada día era más libre y más loco, más promiscuo. Y eso es lo que no entendía Evaristo, que pretendía que las cosas fueran como antes. Había que adaptarse o morir. Y Evaristo no se quería adaptar. El ambiente era ahora burbujeante y escandaloso, como una botella de champán. Ya no había nada que temer. 

            Esta misma noche se lo han vuelto a repetir sus amigas. Se han derogado las leyes contra la homosexualidad y ya no se persigue el escándalo público. Los homosexuales respiramos por fin. Ahora podemos ir ganando espacios de libertad en los que manifestar sin pudor nuestros instintos. Nuestro mundo está saliendo de las catacumbas a la luz. ¿Pero es que no te das cuenta, Evaristo? ¿Qué más quieres? Se ha aprobado una Constitución nueva que nos protege. Comienza la era de la libertad. Han abierto nuevos antros a los que podemos ir los homosexuales jóvenes a disfrutar de la vida, garitos adonde ya no van las mariconas de antes, sino pubs donde ponen música británica y uno se puede iniciar en el consumo de las drogas recreativas. Sitios como el O’clock o el Stone. Pero Evaristo no se entera. ¿O es que prefieres lo de antes? ¿Así eres de cobarde?

            Y mira que Nancy le presentó ya hace meses a las Pepis, las Costus o las chicas del Top Less, siempre vestidas de cuero negro. Gente con flash, que no teme a nada, que tiene escándalo y que se despendola tiñéndose el pelo de rubio platino, vistiéndose de vampiresas o de estrellas de cine. Todo es como muy cosmopolita. Y es que a Nancy le encantó el nuevo ambiente desde el principio. La expresión “Franco ha muerto” se había transformado en ese ambiente en un mensaje de libertad salvaje. “Follad, follad, follad hasta morir”. Y exhibíos sin reparos. Convertid vuestra forma de vida en algo interesante, increíble y hasta envidiado por todos. Llevad vuestro gusto por la frivolidad y el kistch hasta todas las capas sociales. Elevad vuestro espíritu desinhibido a las calles de Madrid y difundidlo a los cuatro vientos. Y Nancy se sintió dispuesta a seguir esa nueva ola hasta donde la llevase, así que se animó a ir con minifaldas plateadas, doradas o de cuero y siempre con unos taconazos de escándalo. Desde el principio tuvo un éxito enorme. Su cuerpo andrógino, su delgadez, su piel blanquísima, sus labios delicados, sus cabellos sedosos y sus ojos almendrados y extraños le otorgaron una posición de privilegio. Todo lo que en su barrio y en su infancia le había supuesto el oprobio era ahora la clave de su triunfo. Además, en el ambiente se enteraron pronto de que tenía fuego en el cuerpo y ningún prejuicio en la mente. No hay nadie que consiga más amantes que ella. Es la reina de la noche.

            Y una noche de esas locas cambia su vida. Una de las Pepis le hace un hueco a su lado y le dice que es una preciosidad y que se parece a un tal David Bowie. Cuando Nancy ve su foto y le cuentan quién es aquel héroe, que tiene los ojos igualitos que ella, uno de cada color, decide cambiar su aspecto para imitar a la estrella del gay rock. Nancy corta y tiñe sus cabellos de color naranja zanahoria como en la imagen que le muestran, pinta sus delgados labios de rojo y maquilla sus párpados de un azul celeste intenso para destacar sus profundos y enigmáticos ojos. Deja de sonreír imitando a las folclóricas y adopta un aire más sofisticado y circunspecto, casi agresivo, como el de un héroe atormentado del Romanticismo. Ya no toma el sol, sino que lo evita procurando que su piel sea cada vez más blanca. Combina la fragilidad de su cuerpo con el hielo de su mirada. La inocencia del que sufre con la fuerza de quien sabe lo que quiere y está dispuesto a pagar el precio que haga falta por alcanzar su libertad. 

            Las Pepis ya la llaman Ziggy, admiradas con el parecido que ha conseguido con el alter ego del cantante, Ziggy Stardust. Ziggy se ha escuchado todos los discos de Bowie, de Marc Bolan y de la Velvet. Ya no quiere ponerse tetas ni ser mujer. No, Evaristo. Ya no me pienso poner tetas, que te quede claro. Ella es así perfecta, con su cuerpo ambiguo y su aura de estrella del rock and roll. Todo está cambiando y ella está exultante. Nunca ha estado con gente tan culta y rica como aquella. De su mano conoce la cultura y las drogas. Y ella es una esponja inteligente, dispuesta a aprender y a entregarse cada hora, cada minuto. Y ella ya no es Nancy ni lo volverá a ser, aunque Evaristo se empeñe. Ella será Ziggy hasta que se muera. O al menos hasta que le dé la gana.

            Va a irse de ese puto barrio mañana mismo. Se acabó Moratalaz. Ya tiene un piso para compartir en Malasaña con otras personas de sus mismas inquietudes. Artistas, intelectuales. Gente que no tiene miedo a nada y que se manifiesta tal cual es. Y si a Evaristo no le gusta ir a verla allí, pues se acabó. Punto redondo.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies