Ya estamos dando pasos firmes hacia la publicación. Ya hemos presentado la editorial Gratia et Amore a la oficina para legalizar nuestra marca. Para ello, hemos tenido que aportar un logo. Se lo encargamos a estudio blg y Natalia López Santos, que además es mi prima, nos ha hecho un magnífico trabajo. Estamos seguro de que quien lo vea pensará igual.
Prólogo: Finis terrae
And then the one day you find /ten years have got behind you /No one told you when to run, /You missed the starting gun. /And you run and you run /to catch up with the sun / But it’s sinking / racing around /to come up behind you again. / The sun is the same / in a relative way / but you’re older / shorter of breath /and one day closer to death. / Every year is getting shorter, /never seem to find the time. / Plans that either come to naught / or half a page of scribbled lines / hanging on in quiet desperation /is the English way. / The time is gone, / the song is over. /Thought I’d something more to say. / Home, / home again. / I like to be here / when I can. /When I come home / cold and tired, / it’s good to warm my bones /beside the fire. / Far away, / across the field, / tolling on the iron bell / calls the faithful to their knees / To hear the softly spoken magic spell…
(Time, Pink Floyd)
La tierra y el tiempo lo sepultan todo. Bajo su manto de olvido, de polvo, de humo, la nada va cubriendo los hombres y sus hechos del pasado hasta hacerlos desaparecer. Ya nadie los recordará. Vivieron, sí; sus corazones latieron y sus pulmones respiraron una parte mínima del oxígeno de la atmósfera…; pero no existirán más.
En este mismo lugar de las afueras de una gran ciudad donde hoy se pierde una vía férrea, allá entre los barrancos, las torres de alta tensión, las campas de amapolas y esas laderas de vegetación rala y humilde, hubo en otro tiempo un vergel que alimentó a los dinosaurios y a otras especies desaparecidas. A varios metros de profundidad, bajo nuestros pies, en capas sucesivas y superpuestas, duermen el fósil del mamut y los fragmentados huesos de aquel niño del paleolítico devorado por un león.Tras la glaciación brotó una gran pradera rodeada de arroyos donde pudo acampar todavía una noche un ejército romano antes de una batalla. Más tarde un terremoto levantó el altozano majestuoso desde el que se lanzó al galope un cuerpo de caballería en una carga que costaría la vida a decenas de soldados. Debajo de esta tierra cambiante y multiforme todavía están todos con sus uniformes desgarrados y sus sueños de gloria. Tras la glaciación brotó una gran pradera rodeada de arroyos donde pudo acampar todavía una noche un ejército romano antes de una batalla. Más tarde un terremoto levantó el altozano majestuoso desde el que se lanzó al galope un cuerpo de caballería en una carga que costaría la vida a decenas de soldados. Debajo de esta tierra cambiante y multiforme todavía están todos con sus uniformes desgarrados y sus sueños de gloria.
Siempre hay un momento en que unos hombres influyentes proyectan el crecimiento de una gran ciudad: hacen un plan urbanístico marcando sus nuevos límites. Mandan entonces un ejército de excavadoras que, al poco, mueve las tierras, deshace colinas y allana montes. Pronto se les unen columnas de camiones llevándose de allí esas piedras y esa arena, sembrando de montículos las afueras de la gran ciudad. Más tarde llegan brigadas de apisonadoras aplastando la grava y las hierbas, asfaltando caminos y carreteras, ultimando la urbanización. Y finalmente divisiones de hombres con sus pequeñas herramientas acaban alfombrando el suelo con aceras, sembrando farolas, trazando conductos de agua y luz, creando plazas y calles donde antes no había más que campo. Ya sólo resta levantar los edificios que se recorten contra el cielo. El nuevo barrio entierra para siempre siglos de historia. Ya no se volverá a saber de aquellos dinosaurios, de aquel niño prehistórico o de aquellos soldados.
Cuando acaban la urbanización, todos esos hombres que participaron en la obra colectiva se van, pero han creado las nuevas murallas de la civilización, los nuevos límites del progreso. Siempre queda una última hilera de edificios, unas últimas esquinas de la ciudad más allá de las cuales sobrevive el campo, esperando indefenso el nuevo asalto, la nueva frontera que le arranque otros territorios, la nueva batalla de una guerra que se inició en el Neolítico y que no podrá ganar jamás.
Mientras, en el paisaje del nuevo barrio, retiradas las máquinas y los constructores, olvidados los obreros que levantaron las viviendas, ya pueden irrumpir nuevos hombres para vivir y soñar. La mayoría lo harán con intensidad, sin preocuparse por otra cosa, pero muchos otros lucharán porque sus vidas y sus sueños trasciendan el tiempo. Unos pocos realizarán actos memorables, esperando que haya alguien que los tome en consideración y los consigne por escrito para dejar constancia de ellos a las generaciones venideras. Cuando eso ocurre, el milagro de la literatura inmortaliza la vida, los hombres y los sueños. Las palabras vencen, aunque sea sólo momentáneamente, el maleficio, porque todos sabemos que al final, la tierra y el tiempo, con su inevitable triunfo, lo sepultarán todo.